En primer lugar fue la famosa
primavera árabe del 2010, que surgió
como un hálito de esperanza entre las
poblaciones árabes. Una primavera que,
muy pronto, acabó olvidada y nadie más
habló de ella hasta que, en 2011,
afloraron los intereses geopolíticos tras
las barras y estrellas; y con ellos, como
por fuerza divina, surgió tomando como
pretexto la primavera árabe del año
anterior, un grupillo inofensivo de
manifestantes pacíficos que patrullaban,
arma en mano, las calles de Siria.
Asistimos, entonces, a uno de los mayores espectáculos mediáticos hasta la fecha: la tarea de los
medios de comunicación de masas de gran parte del mundo fue crear una identidad para este inofensivo
grupo. Fueron nombrados como “El ejército libre de Siria” y, posteriormente, “los rebeldes sirios”, ya que
proclamaban una oposición total al presidente sirio Bashar Al-Asad, el cual, por cierto, había sido
nombrado, sin maldad alguna, como “el sanguinario dictador de oriente” o simplemente “El sanguinario”.
Algo muy común cuando no quieres que apenas se note en qué lado del tablero estás jugando. En pocas
semanas, tras los primeros atentados y los primeros cientos de muertos por parte de este Ejército libre,
tuvo lugar a la idea de que igual este grupillo no era tan democrático e inofensivo; y de la misma manera el
Mundo descubrió que los Kalashnikovs a lo mejor no eran sólo decorativos. Vaya cosas, ¿eh?
Volvamos ahora al kit de la cuestión: ¿tan mágica fue la aparición de estos “rebeldes”? Bueno, lo
cierto es que lo verdaderamente mágico es como nos (os) siguen engañando. Las potencias occidentales,
con Europa y EEUU como bandera, llevan desde la Guerra Fría intentando hacerse con el control económico
o geopolítico de los territorios que rodeaban la URSS. Ya llevaron la democracia a Irak y Afganistán a golpe
de cañonazo, recientemente hicieron lo propio en Ucrania y ahora y (desde hace unos años) vienen
intentándolo con Siria, aunque estoy seguro que la producción de fosfatos, petróleo y gas natural de ese
país, no tiene nada que ver con que el congreso de los Estados Unidos apruebe, hace unos pocos años, el
envío de material bélico ligero a “los alzados contra Al-Asad”, así los llaman. Sí, no es un secreto, está
aprobado en el congreso por amplia mayoría. De nuevo es para llevar la paz, nada de intereses.
Así es como se organiza y se justifica mediáticamente una guerra: creando buenos y malos, para
que luego los salvadores de los buenos (que siempre son los mismos), puedan arrasar el país a su antojo. Y
así ha sido. Desde 2011 el conflicto sirio orquestado desde EE.UU. y apoyado por toda Europa ha tornado
en una sangrienta Guerra Civil entre el gobierno de Al-Asad, que parece que no es tan malo, y los rebeldes
sirios, que parece que no son tan buenos.
Esto es la guerra, pero como en todas las guerras, existe la otra parte. Los que no pidieron la guerra
y les ha caído encima. Los demócratas de toda la vida y progres varios les suelen llamar “daños colaterales”.
Esto se traduce en miles de muertos, decenas de miles de desaparecidos y millones de desplazados. Son los
hijos de nadie y los dueños de nada, que ahora tienen todavía menos. Por no tener, no tienen ni lugar fijo
para vivir. Sus hogares son escombros y sus sitios de ocio ahora son fosas comunes o trincheras antitanque;
Siria ya no es un país, es un campo de batalla, porque recordemos que para los “países democráticos de
occidente”, las batallas es mejor librarlas fuera de casa, no sea que buscando petróleo nos salpique algo de
sangre. Es más sencillo provocar y apoyar una guerra que destruya el país, y el trabajo imperialista está
prácticamente hecho, sólo queda recoger los frutos.
Como decía, Siria no es ya hogar de nadie y, como es lógico, los que no tienen nada huyen a otros
lugares en busca de algo, ya sea la seguridad de que no te va a caer un cohete “made in USA”, cobijo,
alimentos para los niños, etc. Es por eso que, puesto que las fronteras existen o no, dependiendo de donde
vengas y cuánto dinero tengas, estos millones de personas se ven obligados a cruzarlas. ¿A dónde van?
Principalmente se dirigen a Turquía, Irak o Egipto, donde son recibidos, literalmente, a balazos. También
hay un número más reducido de ellos que se dirigen a otros países como Italia o Alemania, donde, si bien
no los matan a balazos, si dejan que se ahoguen o los internan en uno de esos campos de concentración
modernos que ahora han adquirido el nombre de “centros de refugiados”. Un trabajo de manipulación
lingüística bien hecho que le habría venido de perlas a Hitler.
Y mientras tanto, ¿que estamos haciendo nosotros? Nada, y por eso son nuestros gobiernos los que
se encargan de hacerlo por nosotros. Nos estorban allí porque interfieren en nuestros intereses pero
tampoco los queremos aquí. ¿Por qué? Es simple, porque en el ADN de nuestras “democracias”
occidentales, permanece intacto el espíritu neocolonial e imperialista que, para orgullo de nuestras
fabulosas civilizaciones modernas, sigue creyendo un (o varios) escalón por encima al europeo blanco, o al
americano rico del norte, respecto a todos los demás. No creo que sea necesario entrar en gran detalle
respecto a las durísimas condiciones que se ven obligados a soportar los refugiados con tal de acercarse lo
máximo posible a una frontera en la que quizá encuentre un refugio, un hogar para su hijo, o quizá la
muerte, pero el riesgo les vale la pena, al fin y al cabo, la mayor parte de ellos ya no tiene absolutamente
nada que perder. Aun así, muchos de ellos perecen en el intento, ya sea a causa de las altísimas
temperaturas, debido a enfermedades o a mano de los cuerpos de seguridad fronterizos, mercenarios,
traficantes de seres humanos. etc.
Y así, mientras el capitalismo, ahora en una fase salvajemente imperialista, sigue haciendo de la
suyas por medio mundo, un niño sirio de 11 años, con la ropa rasgada y la cara llena de polvo tras la
explosión de un cohete en la que perdió a su padre, propone una terrible, aberrante y peligrosísima
solución a la migración masiva de refugiados: “Paren la guerra, y no tendremos que marchar a vuestros
países”. Lo que son las cosas ¿eh? Un niño de solo 11 años comprendiendo lo que el 90% de la población
mundial se empeña en no ver. Todo un logro de nuestra civilización, nótese la ironía.
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