lunes, 7 de diciembre de 2015

Refugiados y fronteras.

En primer lugar fue la famosa primavera árabe del 2010, que surgió como un hálito de esperanza entre las poblaciones árabes. Una primavera que, muy pronto, acabó olvidada y nadie más habló de ella hasta que, en 2011, afloraron los intereses geopolíticos tras las barras y estrellas; y con ellos, como por fuerza divina, surgió tomando como pretexto la primavera árabe del año anterior, un grupillo inofensivo de manifestantes pacíficos que patrullaban, arma en mano, las calles de Siria. Asistimos, entonces, a uno de los mayores espectáculos mediáticos hasta la fecha: la tarea de los medios de comunicación de masas de gran parte del mundo fue crear una identidad para este inofensivo grupo. Fueron nombrados como “El ejército libre de Siria” y, posteriormente, “los rebeldes sirios”, ya que proclamaban una oposición total al presidente sirio Bashar Al-Asad, el cual, por cierto, había sido nombrado, sin maldad alguna, como “el sanguinario dictador de oriente” o simplemente “El sanguinario”. Algo muy común cuando no quieres que apenas se note en qué lado del tablero estás jugando. En pocas semanas, tras los primeros atentados y los primeros cientos de muertos por parte de este Ejército libre, tuvo lugar a la idea de que igual este grupillo no era tan democrático e inofensivo; y de la misma manera el Mundo descubrió que los Kalashnikovs a lo mejor no eran sólo decorativos. Vaya cosas, ¿eh?



Volvamos ahora al kit de la cuestión: ¿tan mágica fue la aparición de estos “rebeldes”? Bueno, lo cierto es que lo verdaderamente mágico es como nos (os) siguen engañando. Las potencias occidentales, con Europa y EEUU como bandera, llevan desde la Guerra Fría intentando hacerse con el control económico o geopolítico de los territorios que rodeaban la URSS. Ya llevaron la democracia a Irak y Afganistán a golpe de cañonazo, recientemente hicieron lo propio en Ucrania y ahora y (desde hace unos años) vienen intentándolo con Siria, aunque estoy seguro que la producción de fosfatos, petróleo y gas natural de ese país, no tiene nada que ver con que el congreso de los Estados Unidos apruebe, hace unos pocos años, el envío de material bélico ligero a “los alzados contra Al-Asad”, así los llaman. Sí, no es un secreto, está aprobado en el congreso por amplia mayoría. De nuevo es para llevar la paz, nada de intereses. Así es como se organiza y se justifica mediáticamente una guerra: creando buenos y malos, para que luego los salvadores de los buenos (que siempre son los mismos), puedan arrasar el país a su antojo. Y así ha sido. Desde 2011 el conflicto sirio orquestado desde EE.UU. y apoyado por toda Europa ha tornado en una sangrienta Guerra Civil entre el gobierno de Al-Asad, que parece que no es tan malo, y los rebeldes sirios, que parece que no son tan buenos. Esto es la guerra, pero como en todas las guerras, existe la otra parte. Los que no pidieron la guerra y les ha caído encima. Los demócratas de toda la vida y progres varios les suelen llamar “daños colaterales”. Esto se traduce en miles de muertos, decenas de miles de desaparecidos y millones de desplazados. Son los hijos de nadie y los dueños de nada, que ahora tienen todavía menos. Por no tener, no tienen ni lugar fijo para vivir. Sus hogares son escombros y sus sitios de ocio ahora son fosas comunes o trincheras antitanque; Siria ya no es un país, es un campo de batalla, porque recordemos que para los “países democráticos de occidente”, las batallas es mejor librarlas fuera de casa, no sea que buscando petróleo nos salpique algo de sangre. Es más sencillo provocar y apoyar una guerra que destruya el país, y el trabajo imperialista está prácticamente hecho, sólo queda recoger los frutos.

Como decía, Siria no es ya hogar de nadie y, como es lógico, los que no tienen nada huyen a otros lugares en busca de algo, ya sea la seguridad de que no te va a caer un cohete “made in USA”, cobijo, alimentos para los niños, etc. Es por eso que, puesto que las fronteras existen o no, dependiendo de donde vengas y cuánto dinero tengas, estos millones de personas se ven obligados a cruzarlas. ¿A dónde van? Principalmente se dirigen a Turquía, Irak o Egipto, donde son recibidos, literalmente, a balazos. También hay un número más reducido de ellos que se dirigen a otros países como Italia o Alemania, donde, si bien no los matan a balazos, si dejan que se ahoguen o los internan en uno de esos campos de concentración modernos que ahora han adquirido el nombre de “centros de refugiados”. Un trabajo de manipulación lingüística bien hecho que le habría venido de perlas a Hitler. Y mientras tanto, ¿que estamos haciendo nosotros? Nada, y por eso son nuestros gobiernos los que se encargan de hacerlo por nosotros. Nos estorban allí porque interfieren en nuestros intereses pero tampoco los queremos aquí. ¿Por qué? Es simple, porque en el ADN de nuestras “democracias” occidentales, permanece intacto el espíritu neocolonial e imperialista que, para orgullo de nuestras fabulosas civilizaciones modernas, sigue creyendo un (o varios) escalón por encima al europeo blanco, o al americano rico del norte, respecto a todos los demás. No creo que sea necesario entrar en gran detalle respecto a las durísimas condiciones que se ven obligados a soportar los refugiados con tal de acercarse lo máximo posible a una frontera en la que quizá encuentre un refugio, un hogar para su hijo, o quizá la muerte, pero el riesgo les vale la pena, al fin y al cabo, la mayor parte de ellos ya no tiene absolutamente nada que perder. Aun así, muchos de ellos perecen en el intento, ya sea a causa de las altísimas temperaturas, debido a enfermedades o a mano de los cuerpos de seguridad fronterizos, mercenarios, traficantes de seres humanos. etc.

Y así, mientras el capitalismo, ahora en una fase salvajemente imperialista, sigue haciendo de la suyas por medio mundo, un niño sirio de 11 años, con la ropa rasgada y la cara llena de polvo tras la explosión de un cohete en la que perdió a su padre, propone una terrible, aberrante y peligrosísima solución a la migración masiva de refugiados: “Paren la guerra, y no tendremos que marchar a vuestros países”. Lo que son las cosas ¿eh? Un niño de solo 11 años comprendiendo lo que el 90% de la población mundial se empeña en no ver. Todo un logro de nuestra civilización, nótese la ironía.


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